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  • jesusvillasenor10

LOS RETOS DE LA BANCA DE DESARROLLO

En la mayoría de los países de incipiente grado de industrialización, la banca de desarrollo nació con el propósito fundamental de canalizar recursos de los gobiernos en términos preferentes para promover determinadas actividades económicas prioritarias. En estas condiciones su función de intermediación ha sido más bien simple; pero la evolución relativamente reciente de los eventos económicos apunta claramente hacia una nueva dirección.


La banca de desarrollo vivió una época que podríamos llamar tranquila hasta los primeros años de la década de los 70, en que el mundo se enfrentó de manera un tanto violenta y generalizada a una situación de inestabilidad que no había experimentado antes o de la que, en todo caso, ya no guardaba memoria. En esa época anterior de prosperidad casi generalizada, la mayoría de los países "bajó la guardia" en lo referente a eficiencia y productividad, exceptuados los que habían tenido que reagrupar sus fuerzas para resolver una profunda crisis. No medraban sólo los más capaces sino también otros, a pesar de no serlo.


La reserva de los mercados nacionales casi en exclusiva para los productores locales, gracias a la "política de sustitución de importaciones", al menos en América Latina, favoreció el florecimiento de actividades antieconómicas no solamente en el sector real sino también en el financiero, gracias a las transferencias derivadas, en algunos casos, de las actividades primarias, de la deuda externa o del déficit gubernamental.


La profunda recesión que tuvo su peor momento en 1982 derivó en pérdidas de mercados, devaluaciones y aumentos de las tasas reales de interés, que tuvieron su efecto en una pérdida importante de solvencia y liquidez en las empresas. El efecto de dominó se manifestó en un nivel sin precedentes de la cartera vencida de las instituciones financieras.


A tono con las condiciones imperantes en la época de la creación de la mayoría de los bancos de desarrollo, en los países de incipiente industrialización el término "banca de desarrollo" llegó a constituirse prácticamente en un sinónimo, si no de franco subsidio, sí de tasas de interés sensiblemente más bajas que las del mercado. Por recibir la mayor parte o la totalidad de sus recursos de parte del gobierno o de bancos de desarrollo multilaterales, la generalidad de los bancos de desarrollo de nuestros países no ha desarrollado, ni eficaces mecanismos de respaldo y recuperación de sus carteras, ni instrumentos variados de captación de recursos. Su capacidad de intermediación se ha mantenido, prácticamente, en etapa embrionaria, sobre todo por el lado de las operaciones pasivas.


Para entender mejor la realidad que vive la mayoría de estas instituciones, conviene recordar que se han venido estableciendo como entidades pioneras en sus respectivos países donde, según el caso, la banca comercial limitaba sus préstamos al corto plazo, desatendía determinados sectores de prioridad nacional, no existía o era muy incipiente el mercado de valores, o se desconocía la función del capital de riesgo.


Como del árbol caído todo mundo quiere hacer leña, ahora que la mayoría de las economías está atravesando por momentos difíciles es fácil inculpar de faltas, ineficiencias y errores a los bancos de desarrollo, o incurrir en el desconocimiento de las aportaciones positivas que han hecho al mismo. Los bancos de desarrollo, como toda actividad humana, son reflejo, más o menos fiel, de su tiempo y de sus circunstancias. En un entorno de estabilidad no se sentía la necesidad de protegerse contra la incertidumbre ni de planear a largo plazo; con amplia disponibilidad de recursos qué sentido tenía jerarquizar rígidamente su utilización; cuando el mercado interno está protegido, a quién se le ocurre la necesidad de producir con calidad y con eficiencia, es decir: para qué ser competitivo si no hay competencia; al ser el gobierno la fuente principal de recursos para la banca de desarrollo, pierde sentido la necesidad de medir el costo real del dinero: casi todo mundo llega a creer que éste es gratis.


A pesar de todo, debe reconocerse que la banca de desarrollo efectivamente ha venido fomentando la actividad económica de sus países; en ocasiones (aunque ello luzca a primera vista paradójico), alentando con su éxito el surgimiento de sus propios competidores: casas de bolsa, bancos de inversión, arrendadoras, sociedades de inversión de capitales y muchas otras modalidades de instituciones financieras que, a su vez, traen consigo nuevos mecanismos y operaciones activas y pasivas.


Lo que difícilmente puede negarse es que una gran parte de los bancos de desarrollo no ha evolucionado, ni quizá está totalmente consciente de hacia qué dirección hacerlo.


La gravedad del impacto que ha tenido la crisis en todas las economías ha obligado a los bancos de desarrollo a reaccionar con prontitud, y esto se traduce, en su mayoría, en medidas que abarcan un horizonte de corto plazo: reestructuración de sus pasivos y de su cartera de créditos, capitalización de adeudos, reposición de su capital, etc., así como el diseño de esquemas novedosos que, en ocasiones, han de responder a un entorno inflacionario, como es el caso de la indización del capital de los créditos o el refinanciamiento de los intereses, de manera que se alivie la presión sobre los flujos de efectivo de las empresas; en otros casos habrá que ayudar a éstas a recuperar su solvencia, lo que las llevará a cambios más profundos en la estructura de su capital, a la eliminación de líneas de productos poco rentables, a la desinversión o venta de activos fijos para adecuar el tamaño de la empresa a la disponibilidad de recursos, o a invertir en investigación y desarrollo para mejorar sus procesos o elaborar nuevos productos.


La banca de desarrollo se enfrenta a un doble reto: el de propiciar y apoyar un cambio estructural en las economías de sus países, y el de ser agentes de su propia transformación, no sólo de sus estructuras sino también de sus métodos y su fisonomía.


Un elemento medular de ese proceso de cambio, que incide en el largo plazo, es la convicción de que no se puede continuar indefinidamente transfiriendo recursos de crédito del exterior o de una actividad productiva a otras no productivas dentro de una economía: llega el momento inevitable de pagar la deuda en términos reales y, en consecuencia, de generar riqueza y no solamente cambiarla de manos. El abandono de la "economía ficción" también incluye una nueva apreciación del valor real del dinero, y todo ello conduce a una mayor racionalidad y eliminación gradual de los subsidios, incluidos los financieros.


El resultado final es la vuelta o la adopción de sanas normas de prudencia: la escasez de recursos induce a la jerarquización de su uso y a la selección de los proyectos de inversión más redituables; el dinero prestado se recupera en su valor presente, gracias a la aplicación de tasas reales de interés que la clientela está dispuesta a pagar, sobre todo cuando recibe "dinero con valor agregado", y los recursos económicos, la experiencia y la información necesarios. Ahí podría decirse que toda la actividad financiera es de desarrollo y no existe incompatibilidad entre las consideraciones de desarrollo y las comerciales.


En este punto quizá surja la pregunta de, en esas condiciones, qué tanto se distinguiría un banco de desarrollo de una institución financiera rigurosa en un país que está en proceso de desarrollo. La respuesta habrá que encontrarla en función del entorno en que se desenvuelva la actividad de cada banco en particular. En un país donde la actividad económica es muy incipiente, muy probablemente se requiera y se justifique una mayor intervención del gobierno en las actividades económicas como empresario y con un fuerte contenido de subsidio y de protección, pero en un sistema económico más complejo y avanzado, el criterio de mercado se va imponiendo por sí solo. No reconocerlo así produce frustración y anquilosamiento; pero reconocerlo no basta: competir con el mercado requiere una mentalidad, una organización y una administración distintas que para canalizar subsidios. Se requiere la adopción de nuevos rasgos de cultura financiera y de desarrollo en esas instituciones.


Ante la existencia de las limitaciones anotadas anteriormente surgió la banca de desarrollo, pero no para quedarse quieta mientras lo demás avanzaba. En la medida que van apareciendo respuestas a las necesidades financieras del aparato productivo, la banca de desarrollo debe orientarse a atender las nuevas necesidades que otras instituciones financieras no identifiquen o no tengan la capacidad de satisfacer. Su respuesta debe ser una definición más amplia de su función de desarrollo, siempre alrededor del pivote fundamental del largo plazo. Cuando, además, no hay dinero más caro que el que no se consigue; la preservación del patrimonio de los bancos de desarrollo y su mayor redituabilidad les capacita para obtener recursos en el mercado, retribuyéndole un rendimiento justo al ahorrador.


Ante las restricciones que imponen la deuda externa, los déficits gubernamentales y el control de la inflación (al menos en varios países de América Latina), no queda más opción para los bancos de desarrollo que nutrirse de recursos derivados del ahorro interno. El desarrollo de esos mercados de dinero y de capitales es una labor intrínsecamente más difícil y de más lento crecimiento que, en general, el de las operaciones activas de la banca de desarrollo, y la dificultad mayor de todas es, con mucho, la capacidad de pagar rendimientos reales positivos a los ahorradores.


Para que la banca de desarrollo sea capaz de movilizar recursos tiene que ser rentable y eso conduce a una redefinición de sus operaciones activas y pasivas que, repito, son la esencia misma del binomio de la intermediación financiera. La banca de desarrollo ciertamente no persigue fines de lucro, pero debe aprender a sobrevivir en un entorno distinto para el que fue diseñada de origen; ante un horizonte de escasez de recursos a nivel internacional, no debe descartarse la posibilidad de unas perspectivas de crecimiento económico más lento, pero que no por ello debe dejar de ser sólido.


De ahí que sea imprescindible para la banca de desarrollo, en general, avanzar hacia una mayor y permanente rentabilidad de sus operaciones. Esto implica, por una parte -pero de manera no limitada- la distribución equitativa de las pérdidas de su cartera entre los deudores de las instituciones, éstas mismas y el gobierno; la disminución de los riesgos que trae consigo un entorno inestable a través de una mayor diversidad en sus operaciones, ya sea por lo que se refiere a los sectores o ramas de actividad que atienda, o la gama de modalidades de los apoyos que brinde; una mayor eficiencia en la realización de sus actividades; el cobro del costo real de sus recursos o la compensación de sus pérdidas patrimoniales por el gobierno; un enfoque selectivo de proyectos a nivel de empresas, más que de sectores o ramas y, desde luego, una mayor selectividad y prudencia en el manejo de sus riesgos. Aquí no conviene soslayar el hecho de que, en la medida que un banco de desarrollo dependa más de los recursos gubernamentales, en esa proporción se verá influido en sus decisiones por consideraciones políticas más que económicas y adoptará una actitud indulgente que atenúe tanto la obligación de pagar, como la de cobrar los préstamos. En ese caso habrá que medir su actuación con esos parámetros y, en todo caso, adoptar el enfoque funcional: el que funciones diferentes de la banca de desarrollo requieren de recursos diferentes.

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