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  • jesusvillasenor10

LOS MITOS DEL DESARROLLO TECNOLÓGICO Y LA INNOVACIÓN

Hablar de tecnología y de desarrollo tecnológico parece estar poniéndose de moda en nuestro país. Pero a veces hasta mueven a risa algunas de las maneras como se perciben estos conceptos: ya sea como algo que parece traído por los dioses o como una cualidad inherente a un producto. No son ni una cosa ni la otra.


Mitos o verdades desfiguradas como éstas, sólo se explican por la manera como se ha venido dando el proceso de industrialización en nuestro país.


La tecnología, que no es otra cosa que los "medios y procedimientos para la fabricación de productos industriales" (como la define un conocido y pequeño diccionario de la lengua española), no tiene el mismo halo de misterio y encanto mezclado con ignorancia en los países que iniciaron temprano su proceso de industrialización, como en los que más recientemente nos hemos subido al carro, como México.


En aquéllos, los procesos de producción surgieron y han venido evolucionando de una manera natural e integrada. En Inglaterra, por ejemplo, la disponibilidad de lana en gran escala y sus posibilidades de comercio en las colonias, estimularon la aplicación de la máquina de vapor a los telares, y de ahí a las locomotoras y a los buques. Todo ello significó la proliferación y la difusión de conocimientos sobre tintes, metalurgia y construcción, para citar sólo unos cuantos ejemplos. Una cosa llevaba a la otra, y así sucesivamente en una cadena continua de desarrollo de tecnologías, que terminaron definiendo la fisonomía de la trascendente "Revolución Industrial" del siglo XVIII.


México, por otro lado, empezó a fabricar casi de todo al mismo tiempo: autos, vidrio, productos químicos y equipo eléctrico, sin disponer de conocimientos sobre los procesos de producción ni siquiera respecto de productos afines. Era obligado adquirir de fuera esas tecnologías, casi siempre en la forma de equipos, y así se hizo.


Lo dicho hasta ahora nos permite destruir el mito más socorrido: de que no tenemos tecnología. Por el sólo hecho de tener industria tenemos tecnología; no importa cuál fuere su origen, qué tan adecuada u obsoleta sea, ni si fue copiada o comprada o la utiliza una empresa grande o pequeña. No sólo lo que viene de fuera es tecnología.


Tampoco es cierto que sólo los grandes la desarrollan: así de obvio como que tenemos tecnología es el hecho de que nosotros mismos podemos mejorarla. Esto es lo que se llama desarrollo tecnológico. ¿Por qué, entonces no siempre se ve tan claro? Por la creencia en otros mitos como el que confunde desarrollo tecnológico con invención.


Un invento, aunque sea derivado del "99% de transpiración y el 1% de inspiración", como entiendo que lo definió Tomás A. Edison, no deja de ser un descubrimiento que resulta siempre novedoso, aunque a veces sea inútil. El desarrollo tecnológico, por su parte, no siempre concluye con un resultado espectacular ni original: simplemente es mejor que lo anterior y es productivo.


Por eso tampoco el desarrollo tecnológico es sinónimo de innovación. Este mito, también muy común, ignora que las pequeñas y graduales mejoras en la calidad, el aumento en la velocidad de operación de un equipo o la reducción de desperdicios, son ejemplos de una inifinidad de acciones que repercuten en la productividad y competitividad del negocio y, eventualmente, en su sobrevivencia y su éxito, y que en otro lenguaje se denominan como de asimilación, adaptación o mejora de tecnologías; todas ellas son acciones propias del desarrollo tecnológico. La innovación se da solamente cuando a lo anterior se suma la aplicación de algo novedoso.


Lo que sí distingue a estas acciones -que seguramente todas las empresas realizan- del verdadero desarrollo tecnológico, es que éste no está dado por actos aislados de inspiración o casualidad, sino inducidos de una manera consciente y sistemática. Se requiere, para que rinda resultados positivos, que estas actividades cuenten con el respaldo franco de la dirección general, y que sean alentadas a lo largo y ancho de toda la empresa; que, en suma, formen parte de la cultura de la organización.


Existen otros mitos que inhiben la adopción de ese rasgo de cultura dentro de muchas empresas, como aquél que presenta al desarrollo tecnológico como el fantasma del riesgo.


El riesgo, por desgracia, es un fantasma bastante incomprendido porque se olvida (o se ignora) que es algo que se puede administrar, como sucede con los gases explosivos o venenosos, el fuego, el vapor o el aire comprimido, o los vehículos y las relaciones laborales de una empresa.


El riesgo del desarrollo tecnológico no es el mismo, ni en su índole ni en sus consecuencias, a lo largo de las diversas fases en que se va dando. La asimilación de una tecnología generalmente consiste en dar capacitación a los obreros y técnicos para que se familiaricen con nuevos equipos o procesos productivos; el peor riesgo es que sigan como estaban y el costo siempre es menor, en el largo plazo, que el de la asistencia técnica pagada al tecnólogo o al proveedor del equipo.


La adaptación de tecnología generalmente no se realiza sino cuando ya existe dominio del proceso o del equipo y se tiene una idea bastante clara de los cambios que han de efectuarse. Los fallos pueden deberse a un inadecuada planeación de las actividades o a un mal cálculo de los costos, y esto se puede evitar. Empezar por cambios sencillos y pequeños va dando la práctica necesaria para afrontar luego los mayores retos.


Las mejoras y las innovaciones pueden ser una audacia no aconsejable para empresas mal organizadas o con estructura financiera débil, pero quizá sí sea el paso obligado para las que se enfrentan a una fuerte competencia. De cualquier manera, esperar la salvación de una empresa mal administrada gracias a una innovación es tanto como "poner vino nuevo en un odre viejo"; lo más probable es que la innovación también sea mal administrada. Pretender lo contrario es otro mito; lo que sí es cierto, es que una empresa dirigida hacia el aumento de la productividad no puede dejar de hacer, tarde o temprano, investigación y desarrollo tecnológicos.


El riesgo también es distinto si la etapa del desarrollo tecnológico está más cerca de la investigación que de la comercialización de los resultados. Las consultas bibliográficas, aunque sean muy numerosas, no son costosas; las pruebas de laboratorio se pueden maximizar si se lleva una bitácora ordenada que ayude a evitar la repetición de pruebas por simple olvido, y se puede alcanzar éxito en más corto plazo si se dispone del respaldo de un instituto de investigación o de un asesor. Si se escala un proceso a nivel de planta piloto, se construye un prototipo del bien o se contrata la maquila de un lote de prueba antes de invertir en lo que costaría una planta industrial, los ahorros pueden ser -y casi siempre son- muy considerables.


El riesgo tecnológico, propiamente dicho, es de índole técnica y se presenta básicamente en las etapas iniciales del proceso, que son los de investigación y experimentación; pero es cuando está en juego la menor cantidad de recursos. En la medida que se avanza hacia la comercialización de los resultados el riesgo técnico disminuye y si bien es cierto que aumenta el volumen asignado de recursos a cada vez menos proyectos, la índole del riesgo está cada vez más dentro del dominio habitual del empresario, hasta llegar a confundirse con el de una decisión de inversión en un nuevo negocio.


De la mano con el del riesgo está el mito de la incertidumbre. Por fortuna, cualquiera que sea el costo de un intento lo menos que se consigue es experiencia y ésta, como todos sabemos, es muy valiosa. Una empresa que intentara mejorar o desarrollar un proceso sin conseguirlo, tendrá ahorros considerables al saber negociar mejor la compra de tecnología, porque tendrá claro qué parte ya es suya del paquete tecnológico que le venden y cuál es el valor real de la parte que le interesa comprar. La asimilación del conjunto le resultará, asimismo, más fácil y provechosa.


Todo lo antes dicho nos lleva a ubicar en su justa dimensión si es más caro o más barato comprar o desarrollar tecnologías: esto depende del caso particular de cada empresa.


Pero quien no asimila la tecnología de que dispone, corre el riesgo de no entender tampoco la nueva que está comprando y de servir de conejillo de indias para los experimentos del "tecnólogo", pagándole además para ello. En cierta medida, esto equivale a comprar tecnología desarrollada por la propia empresa compradora, cuando es la vendedora la que se queda con el conocimiento.


En el mismo orden de ideas, debe decirse que no toda compra de tecnología implica ser su poseedor. Esta aparente contradicción equivale a suponer que toda educación que se imparte es asimilada por el educando, ¡Qué tan común es que las empresas paguen caro por conocer solamente (por así decirlo) la secuencia en que se deben presionar ciertos botones, sin llegar a entender nunca la lógica del proceso encerrada en una caja negra y poder librarse alguna vez de la dependencia del tecnólogo!


Es posible que muchos empresarios, al suponer que el desarrollo tecnológico está reservado a los países desarrollados y a las grandes empresas, conciban también el mito de que requieren inevitablemente de técnicos altamente calificados. Estos están disponibles en nuestras universidades y centros de investigación y no puede negarse que ayuda tenerlos dentro de la empresa, pero no es menos cierto que si éstos se encierran en una torre de marfil, lejos de la línea de producción, pueden estar generando conocimientos que no le sirvan a la empresa. Se requiere de su vinculación al proceso productivo.


La literatura abunda en demostraciones de que las empresas más dinámicas y exitosas en desarrollo tecnológico se apoyan en el obrero, que es el que mejor conoce el proceso, y en el cliente, que es el que mejor conoce el producto. Lo que hay que hacer es escucharlos, interpretar y perfeccionar sus propuestas, y alentar su creatividad. Los inventos pueden surgir en los laboratorios de la empresa o de la universidad, pero la innovación se da en la línea de producción. Algo parecido sucedió con el transistor, que se inventó en Estados Unidos, pero la miniaturización en electrónica (el desarrollo tecnológico del transistor) ha sido el negocio de Japón. Por eso resulta ilustrativo el comentario del Presidente del Grupo Pechiney, Jean Gandois, quien dijo: "Nosotros, más que clientes contamos con socios. Considero que parte de nuestro éxito se basa en un bien —debo de insistir en llamarlo un bien— que es el conocimiento de nuestros amigos y clientes en numerosas actividades industriales".


Al respecto, es ilustrativo comparar a Gran Bretaña con Japón: mientras que en la primera la investigación ha alcanzado un nivel muy alto de creatividad (hasta el extremo de ser el país del mundo con más premios Nobel per capita), la innovación ha sido relativamente pobre, aparentemente por razones derivadas de la estructura empresarial; en Japón, donde la investigación, aunque de excelente nivel aún no se ha alcanzado el de Gran Bretaña, la innovación ha superado aparentemente la de todos los países del mundo.


A propósito, tampoco hay que creer en el mito de que los centros de enseñanza superior desarrollan tecnologías: ellos respaldan con conocimientos técnicos los desarrollos tecnológicos, pero éstos finalmente se hacen en las empresas productivas.


Tecnología es saber en el hacer, y en este terreno sólo sabe el que hace. Pero aquí hay qué tener cuidado en una trampa en la que pueden caer los románticos del desarrollo tecnológico, que se olvidan del negocio. Lo que vale a la larga no es el "enfoque de producto" sino el "enfoque de mercado": el que demanda, manda. Lo que equivale a decir que cualquier desarrollo, por brillante que sea, no se convierte en un buen negocio sino cuando le satisface una necesidad al usuario; no cuando sólo alimenta la vanidad del fabricante. Charles Zviak, Presidente de L’Oreal declaró: "La simbiosis entre la investigación y la mercadotecnia proporciona la transición entre la invención y la innovación ". Aun cuando esto es obvio para las empresas de cosméticos, también lo es para todo tipo de empresas.


Un mito que desgraciadamente trasciende del ámbito de muchas empresas hacia otros niveles de nuestra sociedad, se deriva del estudio y conocimiento de lo que es el desarrollo tecnológico para los países altamente industrializados y de la ignorancia de lo que eso significa para países como el nuestro. La transposición a nuestro medio de experiencias positivas de países más adelantados puede llevar a la adopción de políticas inadecuadas para nuestra realidad. Por lo dicho desde el principio, no reviste ningún mérito para un país desarrollado el asimilar o adaptar las tecnologías de un tercero. Casi sería un desdoro para alguien que lo reconociera así y ciertamente sería un desperdicio innecesario el destinar recursos a esos propósitos; pero la situación para los países menos desarrollados es bien distinta. No se puede tener tecnología si no hay industria y no se puede hacer desarrollo tecnológico si no se dispone de tecnología.

No se pueden brincar ni invertir etapas; si un país genera conocimientos en sus centros de enseñanza superior y no los trasmite a sus facilidades productivas o no dispone de éstas, irá engrosando sus archivos y sus bibliotecas con datos culturales, o a través de la publicación de sus hallazgos dará a otros la posibilidad de aprovecharlos.


Nuestros empresarios y autoridades deben darle valor, incluso, a la copia o imitación, técnicamente llamada también "ingeniería de reversa", cuidando, claro está, los derechos de propiedad intelectual que a otros correspondan. Tampoco deben desdeñarse los apoyos y la asistencia técnica necesarios para la compra inteligente de tecnología importada.


El desarrollo tecnológico tiene un costo financiero para las empresas que lo realizan, como lo tiene también producir bienes de calidad; pero ese costo es siempre mayor para las empresas si no hacen ninguna de las dos cosas. En una economía abierta, como está tendiendo a ser la mexicana, el costo máximo puede ser sucumbir ante la competencia.


Para quienes esperen tiempos mejores para iniciarse en el campo del desarrollo tecnológico, no está por demás invitarlos a reflexionar si es la oportunidad o la necesidad lo que impulsa al progreso . ¿No es cierto que siempre hemos tenido a la mano la oportunidad y no la hemos aprovechado?. Es la necesidad lo que impulsa a la acción. Por eso vale recordar que J. Schumpeter considera que el dinamismo de la innovación viene dado en dos series de condiciones:

- La primera serie que se caracteriza por la propensión a la innovación y depende de factores humanos, técnicos y financieros, y

- La segunda, que se caracteriza la propensión a aceptar las innovaciones, y depende de la receptividad del medio ambiente social que condiciona, en forma más o menos rápida, la difusión de la innovación.


Recordemos que los chinos, con su sabiduría milenaria, escriben la palabra Crisis con dos ideogramas: Peligro y Oportunidad, juntos; todo depende del punto de vista de cada quien.


Tecnología es saber hacer las cosas y esto, a su vez, es sinónimo de conocimiento. Las naciones no han alcanzado niveles altos de prosperidad porque dispongan de recursos naturales, sino porque saben qué hacer con ellos y cómo agregarles valor, incluso a los recursos de que disponen otras naciones.

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